
Ignacio Montaldo López, Nacho para los amigos, llegó a mi Despacho un día por la tarde, ya que le tocó, para lo bueno y malo, en mi Despacho, hacer el primer Prácticum de la carrera de Derecho.
Desde ese momento ya mostró un gran interés por el ejercicio de la profesión, una curiosidad enorme por aprender, una voluntad tremenda para el estudio, y una honestidad y lealtad que nos hizo ir tejiendo los lazos de la gran amistad que conservamos hasta el día de hoy.
En el Despacho comenzó a ver y estudiar temas del orden civil, especialmente materias de familia y propiedad horizontal, destacando por su ingenio, su visión certera de los asuntos, y sus dudas hacían que a su vez yo creciera en mis conocimientos, y de esta forma los dos avanzábamos en el entendimiento de la Ciencia del Derecho.
Tras concluir el primer Prácticum, solicitó hacer el segundo, y tras concluir éste, me pidió quedarse algo más de tiempo de pasantía, lógicamente sus ganas de seguir adquiriendo conocimientos y mi devoción por transmitir mis experiencias se confabularon para que se quedara mucho más tiempo del inicialmente previsto, y de esta forma, poco a poco, pleito a pleito, se fue convirtiendo en el gran Abogado que es hoy en día.
Vivimos, como todo Abogado, momentos de euforia por los asuntos que se ganaban, pero también llegó a sentir el enorme peso de la toga, la desbordante responsabilidad que implica el ejercicio de la profesión, siempre guiado como norte, por las normas de deontología, de las que jamás se ha apartado.
Podría contar varias anécdotas del tiempo que compartimos, pero hay una que especialmente dice mucho de él, verán: una mañana, él aún sin colegiar, le digo – “Nacho, tengo un juicio en Cádiz y no puedo ir, el tema es muy fácil, te lo explico y te vas corriendo” - ; a lo que él me contesta: -“Paco, pero si no estoy colegiado aún”-, y yo le digo: - “No importa, yo respondo” -; bastó eso para dirigirse al armario a coger la toga e irse de inmediato para la capital. Ya no podía aguantar más la risa al ver que se lo había creído, pero al mismo tiempo, mi orgullo por este chaval fue enorme al saber que estaba dispuesto a plantar batalla ante cualquier situación, y ese gesto demostraba la pasta de la que estaba hecho, capaz de enfrentarse a cualquier situación, de defender cualquier asunto, y por supuesto, de su lealtad y nobleza. Poco más se puede añadir.